por Paulo Atzingen – com tradução de Hector Mañon

 

Cuando llegue septiembre quiero estar en Santiago de Chile y sentir la ultima brisa de invierno tocar mi rostro. Cuando llegue septiembre, quiero sentir los primeros soplos de la primavera y andar por las calles de Pablo Neruda. Quiero oír canciones que me eleven a la altura del Aconcagua.

 

Cuando llegue septiembre quiero entender esa pororoca en que me transformé cargando en una sola mente y un solo corazón letras y músicas, poemas y versos del Minero Beto Guedes y del poeta chileno.

Este sol de casi primavera en las calles de Santiago me guía a través de un rastro que dejé en el pasado. “Todo lo que te mueve es sagrado y remueve las montañas con todo cuidado”.

 

Veo las cordilleras y las remuevo con el cuidado de un amante de las letras. Sobre ellas salpico varias pitadas de nieve eterna y empujo el sol de la primavera para iluminarlas en la tardecita.

 

Si antes, ligaba las letras de las canciones a las páginas de Neruda y un amor específico o una canción exclusiva con plazo de validad, hoy, esta misma poesía musicalizada llena la mente como un vino chileno tomado a ocho mil metros de altura sobre la cordillera. Lagrimas salen ala luz.

 

Me emociono por el conjunto, por la sumatoria. Las obras leídas y oídas, la depuración del tiempo y el momento presente forman un todo indisoluble.

 

Veo la cordillera que rasga chile a todo lo largo y se que ella empujo para el mar la arena y jaló para sí las tierras fértiles que producen uva y vino. Tengo la leve impresión que para alcanzar ese placer final de la degustación de un Cabernet, de un Merlot, fue necesaria la brutalidad de la montaña.

 

Si la levesa y juventud de los mineros me dan combustible para una iniciación lírica, la profundidad de Neruda me dio pólvora para entender las dos américas. La primera sentada sobre el sueño de darse bien, hacerse rica, invertir en la bolsa y tener un futuro antiséptico. La segunda vinculada a un pasado de proporciones ilícitas, saques, fuerza bruta, sentimiento y busca de dignidad.

 

Fueron los versos de Neruda que me dijeron por la primera ves sobre los trabajadores de las minas de cobre de Atacama esclavizados por la economía de mercado todavía en la década de los 70. Fueron los versos de Neruda que me hablaron de los pescadores fisgados por la ballenera asesina multinacional.

 

Fue por los versos de Neruda en su canto general que oí por la primera ves el término campesino y en ves de endurecerme no perdí la ternura.

 

Más también fueron los versos de Neruda que me trajeron de vuelta a Santiago de Chile, con su sol de casi primavera. Absorbo esa síntesis de mi propia vida, pasado y presente se entrelazan, en esa danza incesante de estaciones, estados de espíritu y lecciones para aprender o saber de memoria.

 

São Paulo, 29 de septiembre de 2018.

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