Texto: Paulo Atzingen – Tradução Hector Mañon

Los dos comas que pase en mi vida deben explicar esa mi manía de buscar lo desconocido. El primero fue en una carrera de atletismo en la escuela agrícola. Llegué en cuarto lugar y fui a parar en el hospital donde fui resucitado con choques eléctricos en el pecho. El segundo en una colisión de bicicleta contra un poste en Santos. ¿Serian mis tentativas involuntarias de probar mi antimateria?

Antes, en aquel lapso entre el olor de los pañales de la infancia y la peste de la calle en la adolescencia, en una noche donde el cielo era el espectáculo, tuve ganas de ser dos cosas al mismo tiempo: astrónomo y jugador de futbol. Fue la época en que el hombre pisó en la luna y Brasil fue tricampeón. En el futbol no pasé de diente de leche, pero hasta ahora insisto en descifrar los cielos. Dicen que existe un portal del asombro detrás de esa oscuridad azul y quiero entrar en ella para ver lo que hay dentro.

 

Como nunca fui organizado y siempre dejé que la naturaleza peinara mis cabellos que vivían hasta los hombros, fui dejando la idea de ser cosmonauta. Me proyecté para fuera del circulo de la casa de mis padres, en donde un río claro sirvió de plataforma de lanzamiento, fue mi cabo cañaveral…

 

Fui a ver el mundo con los pies en la tierra. Veía el cielo y observaba  la cantidad de puntos blancos brillando y no entendía donde estaba la matriz de aquella máquina de hacer estrellas. Los libros de astronomía no me revelaban los enigmas de la velocidad de la luz, de los agujeros negros, del espacio tiempo…

 

Cuando veía una lluvia de estrellas imaginaba un ventilador gigante soplando partículas de braza entre las supernovas. En las noches de luna llena dividía mi lado amante de las letras con mi lado afecto a nombres de constelaciones: Casiopea, Centauro, Sirius . Cuando veía aquella láctea azul llenándose de estrellas sentía miedo: parecía una mortaja psicodélica llamándome a la muerte o para otro estado que no podía entender.

 

Tuve verrugas apuntando estrellas, me quedé ciego viendo directo al sol, y no tuve acciones prácticas para hacer una nave varar en el espacio tiempo, contrariar la gravedad y rebasar el límite cósmico de la velocidad. Creé teorías de mi mismo y de los otros. A lo máximo, junte leña y ramas y vi el fuego de los soles arder un año luz después en fogatas de San Juan.

 

Cuando creí que sabía alguna cosa juzgué a las personas. Me parecían ignorantes por preferir sus smartphones, sus tablets en vez de estudiar esa equidistancia entre lo micro y lo macro. ¿Como podría explicar a esos seres que vivían absortos en sus infinitos particulares propuestos por la tecnología que el nascer del sol es una ilusión?

 

Como podría decirles que al mirar para el cielo no podrían contemplar los agujeros negros  – esos túneles  que atraviesan el universo y despiertan el espacio tiempo – ¿por que todavía no entienden, o no quieren entender la velocidad de la luz?

 

Como explicar a esas personas que viven dentro de un cuadrado que para llegar hasta la nebulosa mas próxima – esas máquinas que fabrican estrellas (ahora lo sé) precisan de velocidad y de tiempo.

Hoy lejos de la ciudad veo un rastro de estrellas sobre mi cabeza que se despeña para uno de los lados del cosmos. Subo en mis ideas y acoplo a ellas el deseo infinito, ajusto el casco y el cinto de seguridad y me proyecto.

 

Veo la aurora boreal y guardo en mi corazón una aurora humana jamás experimentada.  Es como nascer para un día nuevo en que nuevos colores y significados mudan mi modo de pensar, hablar y actuar. Arcos de color verde y lila pegados al horizonte pintan en mi iris una emoción indecible. La confusión de nubes engarzadas y aquellos trazos de genio con su espátula gigante, me prestan una intensidad luminosa y brillante, aun de aquí, de la tierra llegué a mi umbral cósmico y establecí mi eternidad.

Como aquel joven adolescente que corrió demás, se estrelló con un poste y entró en coma, irrespeté  la ley científica eterna que dice “no viajaras mas rápido que la luz” y tuve una punición: podré ver lo que hay después del portal del asombro.

*Texto original: O Portal do Alumbramento –

 

 

 

 

 

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