Por Paulo Atzingen – Tradução por Hector Mañon

En medio de la vereda, sendero, por esas latitudes, hay un pequeño acceso que da para el lago. Camino entre especies de flora nativa (lenga, ñirre, canela andina) que sirven de hospedaje para hongos blancos comestibles y musgos verdes que mas parecen una lujosa decoración en sus tallos. Los batimientos de mi corazón aceleran y el aire puro llena los pulmones, sale por la boca en erupciones tornándome una locomotora soltando vapor en medio al valle andino. Toda la vida huí de los conglomerados, los alborozos, los tumultos, en la tentativa de encontrar lo enigmático, lo utópico, lo divino, pues es ahí, en el silencio y el aislamiento donde ellos se presentan. Vean este lago: es el resultado de algunas centenas de años y donde su materia orgánica que sustenta los arboles, y la luz oblicua que produce la fotosíntesis hasta la interferencia estúpida del hombre abriendo senderos, rajando leñas y produciendo fuego a su margen, todo eso dentro de un equilibrio, de una razonabilidad próximos del enigma, de la utopía y lo enigmático.

 

Camino uno o dos kilómetros subiendo y desciendo por un sendero tortuoso hasta ver el atajo que me lleva al lago. Sobre el pequeño muelle avisto un hombre de sombrero que aparentemente hace lo que todos hacen por aquí, observan abismados para el enigmático espejo del lago.

 

Extrañamente el percibe mi llegada y dice:

– “Que lugar fabuloso para el encuentro…”

Me asusta la intimidad y el uso de palabras “fabuloso, y encuentro”. Me suena al mismo tiempo original, provocativo, pero invasivo. El lugar no era fabuloso, sino más que eso, era maravilloso. Ahora que el término “el encuentro” amenazaba mi tranquilidad. Tal vez no escuché derecho… mantuve mi excepcional capacidad de ser gentil y respondí a la altura:

 

– Un lugar maravilloso, mas que fabuloso…

El continuó sentado observando para el lago sin encararme, como si me conociera:

– Vea como es refinado el acabado que la naturaleza se dio a si misma y consigue renovarse día con día…

 

Me quede a su lado, de pie, y radiografié al hombre. Vestíase como un morador local, ropas de quien lidia con ganado, botines gruesos y sombrero de alas anchas, todo de cuero. De perfil identifiqué una nariz puntiaguda y una barbilla saliente con una barbilla amarillenta en la punta, un tipo que me recuerda a lo lejos a Don Quijote de Cervantes.

 

Me incomodo aquella frase “se dio a si misma” y con la adrenalina a flor de la piel, por haber completado hacia poco dos kilómetros a paso acelerado, rectifiqué:

“Nada es hecho o producido por la naturaleza si antes no fuera autorizada por el diseñador universal, en un proceso quántico y abstracto que no tengo como explicar en palabras”, le dije en tono amigable y casi profético, sorprendido por esto haber salido de mi boca…

Sin encararme, el respondió de pronto:

 

“No creo en todo ese poder. Como el propio hombre tiene su libre albedrio, la naturaleza también tiene su modo de crear cosas. La ciencia de la naturaleza es exacta y ella se incumbe de su propio bien y de su propio mal…” Me dijo en un tono siniestro, medio metálico, que transformó el dialogo en un embate. Respondi:

 

“No cuestiono el libre albedrio del hombre, ya que el que decide su camino por medio de sus elecciones, razón y conciencia…

El me interrumpió:

 

-Consciencia? Y dio una risada frenética, tenebrosa, espeluznante.

 

“El hombre se engaña y vive dentro de su incredulidad, individualidad y egoísmo, somos la copia perfecta de la naturaleza que se autodestruye, se auto corrompe…” añadió.

 

No me intimidé y alze la voz: “Esa naturaleza aquí en su estado intacto es obra de una fuerza fantástica a la que denominamos Dios en su plena bondad y amor… Y reflejamos eso en nuestra vida, en nuestra comunión con los hermanos, amigos, en los hospitales, las escuelas, los asilos, somos el reflejo…

El no me dejó terminar…

Reflejo del creado?… se carcajeó nuevamente… y se levantó.

 

Era un tipo alto, delgado, de casi dos metros. Una nube cubrió el sol y toda la luminosidad del día, el brillo sobre los arboles y sus reflejos sobre el lago palidecieron. Todo quedó obscuro, como un eclipse…

 

Por la primera vez pude encararlo, tenia una frente sombria, una mirada turbia escondida bajo grandes cejas amarillentas, el sombrero y una boca apavorante, labios leporinos… daba para ver parte de sus dientes… Encendió un puro que traía en el bolso del chaleco, arrojó rl fosforo en el lago, dio media vuelta y salió andando sin al menos decir hasta luego.

 

Toda la vida hui de los conglomerados, los alborozos, los tumultos, en la tentativa de encontrar lo enigmático, lo utópico, lo divino. Me vuelvo para el lago, respiro hondo y poco a poco las nubes sobrevuelan la grande agua poe le sur huyendo en dirección a la cordillera. El lago vuelve a quedar resplandeciente y la belleza retoma su lugar dentro y fuera de mi.

 Santiago do Chile, setembro de 2018
Compartilhe:

DEIXE UMA RESPOSTA